Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
intangible conservado en la memoria de los libros vivientes. Entrevistas, semblanzas,
historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.

lunes, 29 de febrero de 2016

La casa del conocimiento del pueblo bri bri


Construir un Usuré no es producto de un acuerdo o de un proyecto, es el resultado de una necesidad comunitaria, cuya construcción permite fortalecer las actividades culturales de los indígenas bri bri de Costa Rica, se trata de una casa cónica hecha con postes de madera de “manú”, bejucos y hojas obtenidos de las montañas, donde los sabios transmiten sus conocimientos y desde donde se realizan actividades festivas para beneficio de la cultura.

Así como las malocas amazónicas, en una Usuré los ancianos llevan la palabra y el conocimiento cultivado por los ancestros, compartiéndolo con las familias de la comunidad. Para construir estas casas es necesario trasladar diversos materiales surcando ríos y cruzando terrenos de planicies quebradas, además de contemplar recomendaciones técnicas y espirituales sobre la construcción. Estas tiendas cónicas representan para los paisanos la simbología del Universo y eje de la cosmovisión originaria, y solo pueden recrearse siguiendo las decisiones del consejo de ancianos y ancianas.

Existe un caso reciente, publicado en el diario digital de los pueblos indígenas ElOrejiverde, que ha causado preocupación a nivel nacional y continental, por tratarse de un misterioso incendio provocado en una Usuré de Cabagra, que produjo diversas reacciones en espacios académicos y educativos, entre ellos la Dirección de Extensión Universitaria de la UNED. Casualmente el incendio coincidió un día antes del inicio de la recuperación de tierras en las comunidades de Brazo de Oro y Palmira, anhelo largamente perseguido por las comunidades bri bri.

Para estas antiguas culturas, el Usuré representa la casa de Sibö (una de las máximas deidades), permitiendo resguardar un espacio sagrado de valor espiritual que históricamente debería ser protegido. Como dice el informe “cada elemento de su compleja estructura expresa la profundidad de la filosofía y cosmovisión bri bri. Su construcción fue una proeza que solo era posible con el trabajo mancomunado de los bri bri de Salamanca y Cabagra bajo la conducción del Consejo de Ancianos Iriria Jetcho Wakpa. El Usure se convirtió en el lugar donde los Awá (médico y sabio tradicional) venidos de Talamanca brindaban servicios de salud según los conocimientos y prácticas ancestrales, y también funcionaba como espacio intercultural de encuentro entre los pueblos indígenas de toda la región brunca”.

Pensemos en la compleja gravedad del asunto, para recuperar el Usuré o Casa cósmica, el pueblo bri bri de Cabagra tuvo que reaprender la tradición para poder construirlo después de 60 años de haber perdido su último templo ancestral. Sus maestros dicen que una casa cósmica es un centro espiritual que representa la visión del mundo de los bri bri y su organización social. Cabe mencionar que la tradición oral había desaparecido en la zona, y que solo en Talamanca existen en la actualidad. Lo que intentan hacer es recrear lo que sus ancestros practicaron por siglos.

Como profesional de la información sigo creyendo en la necesidad de discutir estos espacios para asociar una representación de las bibliotecas en contextos indígenas. Los colegas costarricenses tienen la posibilidad, por la cercanía geográfica, de propiciar un encuentro con los paisanos para tratar de entender el significado y sentido de una biblioteca indígena. Se tratan de discusiones que enriquecen, a las cuales debemos asistir con las limitaciones propias de nuestro cuerpo académico. Se trata también de un aprendizaje en el cabal sentido de la palabra.

El Usuré o Casa cósmica bri-bri, es el centro espiritual que representa la cosmovisión de este pueblo originario y su organización social. Una biblioteca construida con la colaboración de los paisanos debería alcanzar el mismo sentido de representatividad, un espacio donde se pueda cultivar y proteger el conocimiento oral de las familias. Un reservorio del saber anclado en un territorio de encuentro entre distintas formas de conocimiento.

Hoy por hoy, reconstruir un Usuré solo puede ser posible mediante una convivencia e intercambio intercultural entre los awas del consejo de ancianos local, el Ministerio de Cultura y organismos indígenas como la reconocida organización Ditsö. Los criterios se basan en investigaciones, reportes y trabajos de campo donde se advierten sobres los distintos procesos de aculturación que los pobladores de la región sufren desde hace años en deterioro de sus culturas orales, pero también de la escasa conciencia cultural que lleva a algunas personas a destruir estos espacios por meros intereses particulares, incluso actualmente los conocimientos sobre la construcción de este tipo de sitios ceremoniales son escasos, razón por la cual el incendio reciente simboliza una sensible pérdida para el patrimonio cultural de las comunidades originarias de Costa Rica.

Hubo un evento que la destrucción del Usuré transformó en anécdota, que es cuando el Consejo Iriria Jtechö Wakpa tuvo a su cargo la dirección de la ceremonia, presidida por el awa Justo Avelino Torres. La charla histórica la dictó el líder Maximiliano Torres y sobre la historia de los Usuré hablaron los miembros del pueblo bri brí Adilio Ortiz y Julia Figueroa. Participaron representantes de instituciones estatales y delegaciones de pueblos indígenas de otros territorios vecinos. Todo eso se lo llevó el viento, con lo cual hay que empezar de nuevo la construcción, que como se advierte no es solamente de materiales.

Se sabe que el bri bri es uno de los pueblos indígenas más importantes de Costa Rica, con una población estimada en diez mil personas, asentado en la cordillera de Talamanca. Aún conservan su lengua y en la actualidad hacen un gran esfuerzo impulsándola de forma escrita. Asimismo practican una de las cosmovisiones más antiguas de la región, estructurando sus sistema social en clanes.

Vale reiterar el informe final del Orejiverde, para detenernos en cada palabra, para repensar el alcance de una biblioteca indígena:


El Usuré es el punto central de su cosmovisión, al ser la representación del Universo y por lo tanto la manifestación de la vinculación macrocosmos-microcosmos. Es además el mundo ancestral, el lugar de curación y el ámbito de reflexión y armonia para la consolidación de los lazos familiares y comunitarios. Es un espacio cosmovisional de integración en donde conviven los dioses y todas las expresiones de la Dualidad”.

martes, 16 de febrero de 2016

Las casas de las palabras de las comunidades amazónicas


El paisaje es un libro que se lee...
Hace años, en un congreso sobre interculturalidad y Biblioteca Pública que se realizó en Bogotá, Colombia, el filósofo, investigador, docente, poeta y fotógrafo Fernando Urbina  Rangel compartió conocimientos que le fueron confiados por paisanos huitotos y muimanes (nación amerindia que habita en la Amazonia colombo-peruana) a los cuales frecuentó por mucho tiempo, y que le llevó a comprender que “el paisaje es un libro que se lee, si se deteriora no se puede leer”.
Esta frase provocó múltiples reflexiones sobre el sentido de las bibliotecas en comunidades indígenas, tenía relación directa con la idea de representatividad de las casas de las palabras en contextos multiétnicos, y fue entonces que escuché por primera vez sobre las malocas, casas comunales del amazonas, que son tenidas como duplicados del universo, duplicados hechos a escala del hombre, pero que comprenden (resumen, sintetizan) la totalidad.
Su construcción no puede ser arbitraria, debe respetar la ubicación de las estrellas y realizarse según el criterio arquitectónico indígena, de lo contrario, una maloca puede “deteriorar el paisaje”.

Es el lugar ritual por excelencia, la síntesis Universo-Memoria, donde el abuelo (eje de los mundos y de los tiempos), es la autoridad máxima, cuya misión es enseñar, curar, entregar las plantas, hacer los bailes, dirigir y señalar a las personas que deben encargarse de la construcción y reparación de la maloca, de la hechura del maguaré (tambor ritual), la simbología tradicional ubica al abuelo sentado en el mambeadero (útero de la madre-maloca, el lugar más sagrado de la gran choza comunal), engendrando la palabra, (el saber) a la comunidad humana, sentados en media luna en bancos-de saber, de mínima altura. Junto al abuelo permanece en vela su esposa, que es su respaldo, y en cierta medida, su mayor fiscalizadora. Estos espacios suelen ser frecuentados en rituales (eventos cósmicos totalizadores) como en tareas colectivas de interés comunitario (donde es preciso que las palabras se transformen en obras).
El canasto del saber...
Para estas culturas la palabra tiene una importancia decisiva, según Fernando Urbina su poder creador, vitalizador y cosmológico la convierte en la noción y realidad fundamental del sistema, “Es la primera concreción de los murmullos primordiales: la ausencia-aire-Palabra, que una vez configurada le confiere existencia a las cosas nombradas entre los sueños de los demiurgos primigenios”, el hilo de la palabra va tejiendo la trama del canasto, “el canasto del saber” que lo es todo, los hombres que pretenden vivir a plenitud han de tomar el hilo de la historia y a partir de el y siempre en el, ir tramando el tejido de su vida que será su propio canasto, cuyo contenido será el saber, el total entendimiento de las cosas.
Cabe aclarar que el etnónimo –término para denominar una etnia– fue producto de un “acuerdo” entre lingüistas y autoridades tradicionales indígenas, sin embargo para el autor  la importancia del nombre propio en la lengua de origen es un problema cultural profundo que no se resuelve con una declaración formal entre lingüistas y antropólogos, su estudio obliga a remontarse varios siglos atrás. Dice Fernando Urbina: Tanto los muimanes como los huitotos poseen una lengua emparentada con el bora (que también denomina otra nación amazónica), razón por la cual los lingüistas la denominan «muinane-bora», cuando el reconocido investigador les pregunto a los muinanes cómo llaman a los uitotos, le respondieron diciendo que los llaman murui; este entendimiento se debe a la ubicación geográfica que en el caso de los huitotos equivale a las cabeceras de los ríos que fluyen hacia oriente (de hecho occidente lo conocen como murumio) ya que los uitotos eran gente de cabeceras en tanto que los muinanes lo eran de las bocanas. Así pues, «los uitotos son de arriba», en tanto que «los muinanes son de abajo», con lo cual a los que vivían hacia el occidente los llamaron murui, mientras que aquellos que eran vecinos de los muinanes, o sea los que vivían más abajo, hacia oriente, los denominaron muina o «muinanes no propios», como si fueran muinanes pero sin serlo. Reuniendo los dos tendremos entonces la denominación murui-muina, que algunos antropólogos usaron para designar a los uitotos.
La razón principal para proponer la denominación murui-muina para los uitotos tiene relación con las malocas indígenas, ya que tradicionalmente se han venido escalonando a lo largo de las riberas de los ríos, que son la principal vía de transporte. Así, cuando la gente de una maloca invita a las de otras a un baile, los invitados han de concurrir desplazándose desde arriba –cabecera del río–, o desde abajo –a donde fluye el río–; se dice entonces que «quienes llegan desde arriba, vienen como murui», y «quienes llegan desde abajo, vienen como muina».
Sería para discutir en otro artículo el complejo tema de las auto-denominaciones indígenas y los términos con los que sin embargo son representados por la sociedad occidental, en muchos casos se conservan denominaciones despectivas de culturas consideradas inferiores, desconociendo que los paisanos son gente, y que como tales se reconocen en su lengua materna, lejos de las interpretaciones erróneas que desde hace décadas fueron volcadas en los libros y enseñado por los maestros en las aulas.

Pensando bibliotecas como malocas
Hay preguntas y cuestionamientos que son inevitables, nacen desde la vocación pero deben hilarse bajo un ejercicio crítico, donde sea posible abrirnos a las verdades de los otros, proponiendo las nuestras sin apagar las otras, una genuina coexistencia de las ideas. Si por algún momento nos fuera dado situarnos en el contexto de la selva amazónica, allí donde no existen bibliotecas y probablemente no exista necesidad de ellas, que un bibliotecario, luego de comprobar en base a sus investigaciones que la cultura oral de una comunidad corre riesgo de perderse y que, siempre atendiendo a su criterio académico y desde una posición respetuosa hacia otra cultura, considera necesario proponer la instalación de una biblioteca en medio de la selva para salvaguardar dicho conocimiento, esa acción, aún contando con buenas intenciones y favoreciendo la recuperación de un patrimonio ¿no deteriora en cierto modo el paisaje?
¿Debemos pensar bibliotecas como malocas?

Hay una enorme disyuntiva: el corpus académico de las ciencias de la información puede contribuir a preservar conocimientos orales que hacen al patrimonio cultural, pero el carácter orgánico de su estructura interna (la sola idea de su arquitectura) puede significar una intromisión, un elemento ajeno a la cultura, una imposición desde otra vereda. Es necesario tomar herramientas propias de la descripción densa para entender de qué estamos hablando. Seguramente la construcción, si resulta aceptada, debería seguir los criterios y fundamentos de una maloca, pero probablemente no podría tener un vínculo genuino con la gente, ya que históricamente nunca lo necesitaron. Si corremos el contexto y lo ampliamos, como bibliotecarios estaríamos ante un debate complejo sobre la idea de concebir bibliotecas en comunidades, la respuesta solo es posible de obtener con un diálogo profundo, en modo horizontal, generando propuestas bajo la representación canónica del tiempo en las culturas orales: el círculo.
Toda maloca es circular, la palabra se genera desde un plano horizontal, la construcción no altera la biodiversidad ecológica y respeta una ubicación cosmológica.
Toda biblioteca debería prolongar en diferentes soportes el sentido de la palabra compartida, pero eso significaría fijar las palabras para luego poder recrearlas, con lo cual estaríamos alterando un orden primigenio, una construcción de sentido. Desde el punto de vista intercultural el resultado podría generar intercambios enriquecedores, desde el punto de vista nativo el modelo sería difícil de comprender, porque simularía un laboratorio donde buscar adaptar un sistema de entendimiento ajeno, para poder expresar al resto de la sociedad como entendemos lo que los paisanos entienden, con lo cual perdería sentido.  Así planteado, las personas podrían malinterpretarse como unidades de análisis y no como usuarios que generan su propia información.
No existen protocolos, directrices o normativas  que impliquen por sí mismos guías adecuadas para generar modelos representativos como las malocas, porque en dichos contextos no se incluye el entendimiento local de quienes viven bajos otros parámetros culturales,  limitando en algunos casos la interpretación ajena  (explicando explicaciones) como modo de concebir una intervención o proyecto. Así también resultan comunes las actitudes paternalistas que buscan modificar los comportamientos suponiendo un beneficio social que en el fondo no comprenden. No suele ser frecuente la  necesidad de cultivar conocimiento con informantes locales, visitando realmente los sitios de interés, estableciendo comunicaciones directas con los libros vivientes que por lo general no figuran en las citas correspondientes luego de haber sido consultados, el foco parecería estar puesto en nombrar conceptos para luego instalar etiquetas asociadas con el nombre propio del investigador, mientras estas situaciones prevalezcan solo estaremos interpretando Interpretaciones en modo acrítico, lejos de entender siquiera el interior de una maloca, el verdadero significado de una biblioteca.
Es preciso que la idea tenga un cuerpo. Muchos bibliotecarios, desde diferentes países de América Latina, han aportado teorías, metodologías y trabajos de campo, pero el cuerpo aún es una tibia discusión que necesita fundamentos sólidos para ser representado.
Las malocas suelen ser recintos donde la memoria encuentra un eje desde donde fortalecer la propia identidad, las bibliotecas fijan en soportes los tiestos de esa memoria ¿cómo emparentar ambos espacios y porqué? Los ancianos marchan y la memoria histórica se va modificando, el accionar bibliotecario recupera aquello que desde siempre los ancianos supieron compartir, les otorga elementos a los más jóvenes para tener conciencia de su pasado, no podemos plantear estas ideas desde los centros urbanos sino bajo un entendimiento periférico, que es desde donde se urden los conocimientos endógenos de aquellas culturas que bordean los ríos. Una maloca se comparte en comunidad, al igual que las bibliotecas, su principal fortaleza es la gente, y su acervo es absolutamente inmaterial. Lo que una maloca comparte es la palabra en un contexto oral, lo que una biblioteca comparte es el conocimiento perpetuado en un soporte. Deberíamos empezar a discutir un plano en el que ambos entendimientos encuentren un puente poblado de parábolas, que la construcción del mismo fortalezca lo que cada comunidad guarda en su memoria colectiva. Es una tarea que requiere de una profunda comprensión intercultural, cuyos límites no fueron frecuentados por quienes estudiaron las anónimas obras que los paisanos grabaron en una piedra.
A modo de epílogo, considero valiosas estas palabras del autor:
"Toda realidad cultural se diversifica hacia atrás en un montón de raicillas cuya conjunción produce el origen de algo. Todo problema cultural es como un árbol con muchas raíces que se van diversificando hasta volverse hilos imperceptibles que son, precisamente, los orígenes de las cosas. Por eso este tipo de problemas (el del origen) nunca se acaba, lo apasionante es tratarlos, porque hay una vocación irremediable del espíritu humano por entender los inicios del universo y el destino. Esas son las dos preguntas fundamentales de la existencia: de dónde es lo que es y para dónde va".
Así entonces, deberemos empezar, una vez más, la construcción.
Bibliografía consultada:
Las palabras del origen. Breve compendio de la mitología de los uitotos / Fernando Urbina Rangel. Consultar enhttp://www.banrepcultural.org/sites/default/files/89037/04-Las-palabras-del-origen-Breve-compendio-de-la-mitologia.pdf

Un hombre camuflado en los mitos / Fernando Urbina Rangel. Consultar en:  http://historico.cartauniversitaria.unal.edu.co/ediciones/02/06.htm

Las palabras del origen: breve compendio de la mitología de los huitotos / Fernando Urbina Rangel Consultar en:
Notas para un "diálogo de saberes" / Fernando Urbina Rangel. Consultar en:
El autor de los artículos consultados, Fernando Urbina Rangel, nació en Pamplona (Colombia) en 1939, graduado en Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia, ejerció como profesor en dicha institución desde 1963 hasta 2004. Ha realizado treinta y dos trabajos de campo entre comunidades indígenas de Amazonia, Orinoquia, Chocó y Guajira, sobre estos temas ha publicado 6 libros y alrededor de 40 artículos. Su último libro es DÏÏJOMA - El hombre serpiente águila - mito uitoto de la Amazonía, basado en el relato del abuelo muinane don José García, quien compartió mitos amazónicos narrados en lengua uitoto, en la Amazonía colombiana. Como fotógrafo ha presentado exposiciones individuales. Fue fundador y codirector del Grupo de Estudios sobre Pensamiento Abyayalense (Amerindio) y fundador y curador del concurso "La esquina del poema" (Universidad Nacional de Colombia - Casa de Poesía Silva)
Nota: las imágenes pertenecen a estos sitios Web:
http://www.heeyaiagodobakari.info/ 
(Hee Yaia Godo – Bakari El Territorio de los Jaguares de Yurupari)

sábado, 6 de febrero de 2016

El pueblo de los camellos que lloran


Hace muchos años, Dios le dio cuernos al camello, en recompensa a la bondad de su corazón, pero un día vino un ciervo pícaro, pidiendo que le prestara sus cuernos, quería adornarse para una celebración en el oeste...el camello confió en el ciervo y le dio sus cuernos, pero el ciervo nunca se los devolvió. Desde entonces los camellos miran el horizonte, esperando el regreso del ciervo”.
En el desierto de Gobi, al sur de Mongolia, fábulas como estas (recuperadas por el documental “La historia del camello que llora”) son relatadas por los ancianos mongoles dentro de las carpas o tiendas cubiertas de tapices y alfombras, conocidas como yurtas (o “ger”) cuyas estructuras se asemejan a las calesitas infantiles (un buen ejemplo de su arquitectura es posible encontrarlo en el documental “El perro mongol”), en dicho interior es frecuente ver a los niños prestar atención a los relatos de los abuelos, quienes conservan en la memoria el patrimonio oral así como las costumbres ancestrales, entre las que se cuentan los antiguos métodos de asistencia a los camellos en partos difíciles.
Se tratan de pastores nómadas, pertenecientes a la etnia mongol, quienes viven sus vidas lejos de los centros urbanos, en las periferias de uno de los desiertos más extensos del mundo, donde el camello no solo es el principal medio de transporte sino que también provee de leche, pelo para tejer mantas, cuerdas y ropa. La vida de estos pobladores es sacrificada, aislados en medio de estepas, sin electricidad ni agua corriente, viven en equilibrio con el universo y con los espíritus que forman parte de su mitológico pasado.
Suelen compartir rituales que perduran en el tiempo, como cuando se reúnen con los lamas (maestros espirituales del budismo tibetano) para realizar ofrendas a la tierra (sincretismo religioso de culturas chamánicas y budistas) en torno a montículos de piedras o monolitos denominados oboo, cuya columna principal –las  “columnas del mundo” que comunican la tierra con el Cielo– está cubierta de “jadakis” o pañuelos sagrados predominantemente de color azul (la ceremonia, que consiste en ofrendar alimentos, leche, vino, dulces o monedas en torno a las piedras, es en algún punto similar a la Pachamama andina, los ruegos acompañan los buenos deseos de prosperidad, que por supuesto incluye a los animales).
Se trata de una cultura originaria de los territorios que hoy ocupan Mongolia, Rusia y China (Mongolia limita al norte con Rusia y al sur con China). En invierno las temperaturas pueden llegar a los 50º bajo cero y en verano ascienden hasta los 40º, al igual que Bolivia, no tiene acceso al mar.
“El país de Gengis Kan”...
La historia universal reconoce, a principios del siglo XIII, el nacimiento de un imperio llevado adelante por un líder tribal, Temuujin (1167-1227), quien luego de unificar todas las tribus nómadas del norte de Asia proclamó el Estado Mongol, convirtiéndose en rey con el nombre de Gengis Kan. Con el paso del tiempo, los sucesores del gran guerrero conquistarían prácticamente la totalidad de Asia y la Rusia europea.
En la actualidad Mongolia es un vasto territorio donde alrededor del 70% de la población es nómada. Debido a su cercanía al Tibet, corazón de la religión budista, las creencias del pueblo mongol se han visto fuertemente influenciadas por dicha cosmovisión. El budismo tibetano se expandió por Mongolia y se mezcló con las costumbres y creencias procedentes del chamanismo indígena. Según evidencias históricas aportadas por investigadores y académicos “las creencias religiosas e invocaciones curativas, como primeras formas de la religión chamánica mongola se originan a mediados de la era Matriarcal o Edad de Piedra tardía” lo cual permite establecer un período comprendido entre los 5000 y 3000 años antes de nuestra era. En aquel contexto el chamanismo indígena no estaba reducido a la propiedad de curar sino que también fue la principal fuente de educación, apoyo estatal e ideología de los primeros estados mongoles, de hecho  un componente principal de la ideología chamánica fue el respeto y reverencia hacia el fuego del hogar, que en las actuales yurtas suele ubicarse en el centro de la vivienda.

Los antiguos métodos de curación de animales
El documental “La historia del camello que llora” logra simbolizar un antiguo ritual mongol tradicional que se utiliza para reconciliar a las camellas con su cría cuando la rechazan tras un parto difícil (práctica de reintroducción de animales que es ampliamente utilizada en diversas civilizaciones nómadas del continente asiático).  En el caso de algunos pobladores del desierto de Gobi suelen utilizar los servicios de un violinista, quien con su morin khuur (instrumento musical de dos cuerdas, considerado un símbolo de la cultura nómada de Mongolia) ejecuta una antigua melodía tradicional que junto con los mantras entonados generalmente por una mujer, consiguen que cuando el pequeño camello es llevado de nuevo a la madre, ella se echa a llorar y lo deja amamantarse, permitiendo de este modo que sobreviva.
Probablemente se trate del momento más significativo del documental, que tiene la virtud de ubicar al espectador en el contexto de silencio y quietud del desierto, simbolizado por el recurso cinematográfico de planos secuencia que dimensionan los tiempos habituales en el que los protagonistas se desenvuelven, en determinado momento la cámara permite fijar para siempre las lágrimas del camello, y lo inexplicable y poético se torna una circunstancia que junto a la caída del sol cumple su sentido con las antiguas tradiciones.
Las probables intervenciones de los bibliotecarios
Más allá de los documentales cinematográficos, que en este caso están enfocados en el  contexto de los camellos –en esa metáfora de la nada que pareciera todo desierto– lo generado desde el recurso fílmico podría ser materia de investigación para el bibliotecario que desee documentar sobre dichas tradiciones y conocimientos orales, ofreciendo la posibilidad de construir fondos orales representativos, con testimonios endógenos de la  cultura nómada de Mongolia (prácticas de utilización de animales para curación, grabación de rituales y ceremonias, etnomusicología, espiritualidad y chamanismo, construcción de bibliotecas o carpas móviles –similares a las propuestas por comunidades pertenecientes al pueblo Rrom, aún sin implementar– entre otros) información que puede tomarse como parámetro para concebir unidades que fortalezcan el interior de la cultura, que permitan resguardar el patrimonio oral inmaterial cultivado por los ancianos. Hoy por hoy las bibliotecas ofrecen estas informaciones desde soportes gráficos y audiovisuales, pero sin registrar el conocimiento local de las personas comunes.
Otra posibilidad es promover servicios bibliotecarios ambulantes, cuyos materiales complementen la educación familiar tradicional que los niños mongoles reciben mientras realizan tareas agrícolas en comunidad. Existen numerosas experiencias que registran actividades de traslado de libros en camellos, como ha ocurrido en Kenia, en la región de Garissa, un sistema creado por el Servicio Nacional de bibliotecas de Kenia, conocido como “bibliocamello”, bibliotecas móviles a lomo de camello que llevan libros a escuelas primarias diseminadas en un radio de diez kilómetros, para que los niños cuenten con herramientas de lecto-escritura adecuadas en una de las regiones más pobres del país.
Esta experiencia también es posible consultar en países como Mauritania, Marruecos, Egipto y Malí, verdaderos sistemas de bibliotecas móviles de Medio Oriente y África.
Bibliografía consultada:
El perro mongol
La historia del camello que llora
La conciencia inspirada en el chamanismo siberiano-mongol y el budismo tibetano en Buryatia y Mongolia / Hugo Novotny, 2010
Los barcos del desierto de Kenia
Publicado en El Orejiverde